La vida es una película en la que tú eliges si ser el protagonista o un mero espectador.

Santa Marta y Ciudad Perdida

DÍA 1. Llegada a Santa Marta
Después de un viaje de 14 horas (que se convirtieron en uno agotador de 18 horas), por fin llegamos a Ciénagas. Nada más bajar del bus, recibimos una bofetada de calor y humedad. Pero… ¡eh, habíamos llegado al Caribe! Luego nos subimos a una buseta destartalada que nos llevaría a la terminal de Santa Marta y, en ese preciso instante, nos empezamos a dar cuenta de dónde estábamos, una emoción mezcla de euforia y nerviosismo se apoderó de nosotros. Con nuestras mochilas y rodeados de gente del lugar. Eso es lo que estábamos buscando: integrarnos en la realidad. Luego tomamos un taxi (nuestro primer «regateo», pues la persona que repartía a la gente entre los taxis nos dijo que costaba 6.000COP, Javita entendió 3.000COP, así que antes de subirnos le confirmamos al taxista directamente que eran 3.000COP, a lo que él respondió que no, que eran 5.000COP) y llegamos, por fin, al hostel donde teníamos reserva (The Dreamer hostel).
Nada más llegar al hostel y dejar las mochilas en la habitación, decidimos ir a comprar la cena y el desayuno al supermercado más próximo, el famoso «Éxito», situado en el centro comercial Buena Vista. Cuando entramos en el supermercado, en la calle hacía un calor sofocante y, cuando salimos, empezaron a caer unas gotas, que se convirtieron súbitamente en una intensa tormenta tropical.
Paramos bajo techo con las bolsas de la compra, pero después de cinco minutos decidimos continuar el camino, pues no parecía que fuera a amainar en breve. Entre la lluvia, que nos impedía ver con claridad por dónde íbamos, y los ríos que se formaron en las calles, tardamos bastante en llegar al hostel. Estábamos como si nos hubiéramos tirado a la piscina vestidos. Fue una sensación maravillosa sentir la lluvia, cayendo con fuerza, sobre nosotros. Parecía que no hubiera nada que nos pudiera incomodar. Entramos empapados y partiéndonos de risa porque en la puerta había un perro peleando con un torrente de agua que se había formado en la calle. La lluvia: es lo que tiene venir al caribe en época húmeda.
En lo que tardamos en cambiarnos de ropa, había parado de llover e incluso empezaban a asomar algunos rayos de sol. Salimos a comer algo cerca del hostel y volvimos para descansar un poco. The Dreamer Hostel es el lugar indicado para descansar en alguna de sus hamacas y desconectar tomando algo o bañádose en la piscina, el personal y los dueños son un encanto y consiguen que uno se sienta como en casa.
Habíamos reservado una habitación de 4 con baño privado y tuvimos la gran suerte de estar nosotros solos. ¿Qué más podíamos pedir?
DÍA 2. Santa Marta – Bahía Concha
Decidimos aventurarnos a una playa del parque Tayrona: Bahía Concha. Es la más cercana y barata. Debíamos tomar un taxi hasta el barrio Bastidas para, desde allá, contratar un carro o una moto que nos transportara a la playa. Vimos que ir en moto era confiar ciegamente en la suerte, pues conducen como locos. Así que fuimos en busca de un «carro», que nos pareció entender que sería fácil de conseguir. Nada más lejos de la realidad. Lo único que encontramos fue un señor que dijo que nos podía llevar si pagábamos por 4, o esperábamos a que llegara alguien más. Después de más de media hora sin que nadie más solicitara ir en carro y de escuchar algún que otro comentario inoportuno del futuro conductor, sopesamos la situación e hicimos cálculos; vimos que no había tanta diferencia de precio entre lo que nos habían dicho en el hostel (7.000 transporte + 5.000 entrada, por persona) y lo que nos quería cobrar el hombre (25.000 los dos). Regateamos algo y nos fuimos con él…. y su hija. Nos dijo que sobre las 16.30 o 17h volvería con toda la gente a la que había llevado a la playa.
Por fin estábamos en una playa caribeña, listos para descansar y darnos un refrescante bañito. Anduvimos un rato, para alejarnos de la poca gente que había y nos metimos en el agua. Estuvimos más de hora y media en remojo, intentando asimilar la felicidad que sentíamos. Luego nos sentamos en la arena a comer la rica ensalada de pasta que nos habíamos preparado en el hostel. Comer frente a la tranquilidad del mar, viendo el ir y venir de comerciantes que intentan vender refrescos, helados, pescados, etc. sin acosar…. no tiene precio.
Después de llenar el estómago, nos dimos otro cálido bañito y luego decidimos dar un agradable paseo, contemplando cómo se escondían y volvían a aparecer los cangrejos blancos que hacían su hogar en la arena. Inspirábamos y expirábamos paz.
Cuando decidimos volver, coincidimos con varios grupos de gente que tenían contratados diversos tours. Hablamos con algunos conductores y al final contratamos el regreso con uno de ellos, en una «chiva». Acertamos al no confiar en el hombre que nos confirmó que nos volvería a llevar, pues cuando regresamos lo encontramos en el mismo sitio donde lo conocimos, sin su carro y sin aparente intención de ir a por nosotros. La conclusión que hemos sacado es que hay que prestar una confianza relativa en los caribeños. Dejar muy claro todo de antemano, aunque parezcan obviedades, y si tienes dudas… buscarte la vida por tu cuenta. Nos cuesta entender a este tipo de personas (sean del país que sean, pues lamentablemente hay en todo el mundo), que no tienen palabra y que intentan aprovecharse de los extranjeros.
Sin permitir que esos pensamientos negativos rompieran nuestro estado zen, regresamos al hostel y nos seguimos relajando. Nos invitaron a una «party chiva» que organizaban ellos mismos, pero decidimos no ir porque al día siguiente teníamos que madrugar mucho. Esa noche también tuvimos la suerte de estar solos en la habitación.
DÍA 3. Santa Marta – Buceo en Taganga
Nos levantamos a las 7h. Quizá alguien pueda pensar que estar de «vacaciones» es incompatible con «madrugar», pero en este caso nos despertamos muy emocionados porque ¡por fin íbamos a bucear! Para estar en Taganga a las 8h, debíamos salir del hostel sobre las 7.30h. Cogimos un taxi, de camino contemplamos la costa de Taganga, digna de una maravillosa postal, y llegamos puntuales al dive center (Octopus). Nos preparamos y salimos en lancha con un grupo. Hicimos 2 inmersiones y, entre una y otra, nos dieron algo de comer y de beber. Ahí conocimos a dos chicos españoles (barceloneses, del barrio del Carmelo), con los que estuvimos compartiendo experiencias.
Nos pareció que el dive center tiene una buena organización y son profesionales, aunque las inmersiones que hicimos nada tienen que envidiar a las que hemos hecho en Begur o Tenerife. Salvo por unas cuantas langostas enormes, varios peces león y peces ángel, y alguna morena de tamaño considerable. Eso sí, lo mejor: la temperatura del agua (unos 28º… ¡wow!).
Después del buceo, volvimos al hostel y fuimos a comer. ¡Estábamos muertos de hambre!
Pasadas unas horas de relax, preparamos las mochilas para irnos al día siguiente durante 5 días a la Ciudad Perdida, en la Sierra Nevada de Santa Marta.
Esa noche, tuvimos compañía en la habitación: un alemán y una chilena que estaba enferma. Nos dijeron que le habían dicho que seguramente tenía dengue, así que nos quedamos bastante preocupados por compartir habitación con ella (al final resultó ser algo del estómago, nada contagioso ni de qué preocuparse).
DÍA 4. Ciudad Perdida – Parte I
No muy temprano, nos vinieron a recoger en una pequeña y colorida chiva y nos llevaron a un pueblito llamado «Machete pelao». Para llegar ahí debíamos ir en ese carro por carretera y después por un camino de cabras, embarrado y lleno de baches y agujeros que esquivar. Ideal para fastidiarte la espalda y, según tu altura, la cabeza. En ese pueblito nos dieron unos bocadillos y coca-cola, para reunir fuerzas. A partir de ahí, el resto sería andando. Repartieron bolsas de basura grandes para meter la ropa por si llovía… una buena premonición, pues al cabo de poco empezó a chispear para desembocar, otra vez, en una fortísima tormenta.
No encontramos palabras para describir el tortuoso ascenso: caminos empinadísimos, resbaladizos por el barro que ya había y por el que se seguía formando con la lluvia, gotas que no cesaban de caernos y empaparnos hasta el alma. Tuvimos la gran suerte que uno de los cocineros se ofreció a llevar una de nuestras mochilas (que, por fortuna, ya eran pequeñas y con lo imprescindible). Después de unas horas, llegamos a un llano donde nos sentamos a descansar un poco, a estrujar la ropa para quitarle algo de agua, y ver cómo se formaba un arco iris enorme y precioso. En ese momento, el agotamiento físico debido al sobre esfuerzo (como mucha gente, hemos llevado una vida muy pasiva), se desvaneció.
Lamentablemente esa pausa llegó a su fin y, muy a nuestro pesar, debíamos continuar el camino. Por fin llegamos al refugio donde dormiríamos. Dejamos las mochilas, nos cambiamos las botas de montaña por las chanclas y algunos de los del grupo nos fuimos con el guía a una «piscina natural». Teníamos tanto calor, que sólo pensábamos en bañarnos. Nuestra sorpresa fue que para acceder a la piscina, había que saltar desde unos 4 metros de altura. Algunos chicos saltaron, luego una chica, y luego nosotros. Fue una experiencia alucinante que nos disparó la adrenalina. Nunca antes habíamos saltado desde tan alto. Teníamos una mezcla extraña de agotamiento, excitación, alegría, incredulidad, orgullo…
Después de ese excitante chapuzón, entramos en el cálido abrigo de la ropa limpia y seca (primera y última vez en todo el trekking). Cuando terminamos la cena, el guía nos explicó el planning para el día siguiente y algunos nos pusimos a jugar a las cartas, a un juego llamado Mafia. Después, pasamos nuestra primera noche del trekking durmiendo en hamacas. Nos sentíamos como orugas en crisálidas.
DIA 5. Ciudad Perdida – Parte II
Nos despertamos como mariposas polares: con el frío metido en el cuerpo. Dormir en hamaca no nos pareció del todo incómodo, si encuentras la postura, se puede dormir… pero la humedad ayuda a que el frío cale en los huesos. Aunque eso nos duró poco, pues la emoción dió paso al mejor estado anímico para empezar el día. Desayunamos y nos pusimos en marcha.
Otro día tortuoso. Hemos llevado una vida muy sedentaria y no tuvimos tiempo para prepararnos físicamente, así que seguramente no es un camino tan difícil para el resto de los mortales, pero nosotros terminamos esa jornada con la lengua fuera.
Llegamos a otro refugio, éste con camas. Nos remojamos en el río que había cerca, pero no nos metimos enteros porque había mucha corriente… por suerte, porque parece que habían dicho que no nos bañáramos (como llegamos los últimos, no nos enteramos) porque un tiempo atrás murió un turista ahogado. Comimos, dormimos una pequeña siesta mientras nos envolvía el suave arrullo de la lluvia, y luego esperamos a la cena jugando a cartas con el grupo. Nos volvieron a explicar el itinerario del día siguiente y a dormir.
DIA 6. Ciudad Perdida – Parte III
Nosotros salimos antes que el resto del grupo, ya que nuestro paso era más lento. Íbamos felices contemplando el laborioso trabajo que realizan las hormigas cargando (en proporción) enormes trozos de hojas, examinando la situación de las piedras en el camino, intentando esquivar los agujeros y raíces que sobresalían de la tierra para no darnos de bruces contra el suelo…. De vez en cuando, levantábamos la vista y mirábamos asombrados el entorno que nos rodeaba, de exuberante vegetación. Sin importarnos lo cansados que estábamos, sin apenas mediar palabra, nos sentíamos parte integrante del entorno.
Nos detuvimos en un poblado indígena: los Kogi (al que le dedicaremos un post). Pudimos entrar gracias a que nuestro guía Walter es amigo de los jefes del poblado (los «Mamo») y le dieron autorización. Nos había advertido que en un principio los indígenas no permitían que les tomaran fotos porque tenían la creencía que con ello enfermarían y morirían; con el paso del tiempo (y de los turistas) parece que descubrieron un antídoto: el dinero. Con 5.000 pesos no enferman. Nuestro guía nos aconsejó que no les diéramos dinero, si queríamos podíamos darles dulces o alguna otra cosa a cambio, pero no dinero. A nosotros nos parece perfecto, pues compartimos la opinión que, al darles dinero, fomentamos que vivan de algo incierto. Antes de entrar, cuando él pidió autorización, les regaló unos caramelos, así que nos permitieron hacerles fotos.
Nosotros no repartimos caramelos porque no teníamos, simplemente les preguntamos a los niños y niñas (los únicos a quienes nos permitían fotografiar) si querían que les tomáramos una foto y se la mostráramos después. Fue una buena idea, pues todos asintieron y, algunos, hasta «posaron».
Por fin llegamos al siguiente refugio, donde también dormiríamos en cama (aunque mucho más incómoda y menos limpia). Encontramos un chico en una de las camas, entubado y totalmente rígido. Resultó que era un guía que se había pasado con la droga. Vinieron los militares para evacuarle en helicóptero, pues llevaba casi un día sin responder. Más adelante nos explicaron que un turista llevaba LSD y que hacía 3 días que los dos habían estado tomándolo junto con otro guía más. La última noche, este guía parece que se emocionó y tomó el doble, lo que le produjo un shock. Lo último que supimos, finalizado el trekking, es que empezaba a responder de alguna manera, pero no había recuperado la visión y existía una alta probabilidad de que quedara tetrapléjico. Fue un duro golpe para algunos guías, hombres mayores, profesionales, que se toman muy en serio su trabajo. Nos contaron que el gobierno, para insertar a los indígenas y a los jóvenes, les hacen cursos de 15 días para poder trabajar de guías y, según sus propias palabras, entonces se desmadran, se creen importantes, intentan ligar con las turistas y hacer lo que hacen los europeos (…ya les dejamos claro que no todos nos drogamos).
Comimos y luego dormimos otra siesta, para recuperarnos un poco del grandísimo esfuerzo al que estábamos sometiendo a nuestros cuerpos.
Después de cenar, nuestro guía nos volvió a comentar el planning del día siguiente, cuando por fin iríamos a la Ciudad Perdida (también nos contó parte de la historia, a la que dedicaremos otro post).
Dia 7. Ciudad Perdida – Parte IV
Muy, muy temprano, bordeamos el río y llegamos a la base de las escaleras que conducen a Ciudad Perdida. El acceso es bastante difícil, son más de 1.200 escalones estrechos, resbaladizos, desiguales. En algunos tramos poco más que había que escalar o ir a cuatro patas. Sufríamos un poco al pensar en tener que bajar después, pero alejamos los pensamientos negativos y decidimos centrarnos en el ahora: la subida. ¡Funcionó! La mente es mucho más poderosa de lo que creemos.
La tensión y el esfuerzo valieron la pena. Las vistas son impresionantes. Llegamos a la terrazas, donde hay anillos hechos de piedras que indican donde estaban situadas las casas. En algunos anillos se ven los peldaños de acceso a la vivienda y algunos tienen un recipiente de piedra para triturar el maíz. Desde lo alto, se puede contemplar la distribución de las casas: en la parte superior, el anillo más grande es la casa donde se reunían los hombres, también se distingue una parte donde hacían ceremonias con una piedra grande conocida como «la rana» por su forma.
En la parte más alta, hay una base militar. Están 4 meses destinados ahí, luego un mes de permiso para irse a casa, y luego otros tantos meses de patrulla por la Sierra Nevada. Los militares con los que hablamos nos dijeron que era un buen destino, tranquilo, como unas vacaciones para luego hacer el trabajo duro: patrullar por la selva. Ellos, al igual que muchos otros colombianos que han sacado el tema, opinan que es una de las cosas buenas que hizo Álvaro Uribe: trabajar por una Colombia segura. Tanto defensores como detractores del ex-presidente, resaltan ese aspecto de su mandato como algo positivo.
Como llegamos a la parte más alta de la Ciudad bien temprano, pudimos quedarnos un buen rato observando la ciudad, el entorno, el volar de las mariposas,… y pensando cómo sería la vida allá en esa época. No debió ser nada fácil. Nos quedamos admirando esa magnífica obra arquitectónica de gran envergadura y nos asombramos al recordar que no disponían de los avances actuales. Es una prueba de que todo se puede conseguir.

En Ciudad Perdida hay una parte abierta al público y otra parte que no lo está todavía. Como nuestro guía es una parte viviente de la historia de la Ciudad, nos llevó a las terrazas que encontraron hace, aproximadamente, un año. Pudimos comprobar en qué estado se encuentran e imaginarnos cómo se hallaba la Ciudad cuando llegaron por primera vez los antropólogos y el gran trabajo que realizaron los restauradores (entre otros, nuestro guía). Tuvimos que hacer un gran esfuerzo de imaginación para identificar anillos y terrazas. Nos sentimos muy privilegiados pues no todos los turistas tienen la oportunidad de llegar hasta ahí.

Después debíamos regresar a la cabaña donde habíamos dormido, pero solo para comer. El descenso nos pareció menos difícil (que no fácil)… quizá porque nos habíamos puesto en lo peor. Una vez comidos proseguimos, a buen ritmo, el camino hacia la cabaña donde dormimos el segundo día. Se nos hizo un poco pesado, pero llegamos. Nosotros cumplíamos el horario que nos dijo el guía, aunque tuvimos la buena suerte de encontrarnos en un grupo de gente genial… pero de paso muy rápido.
Llegamos exhaustos a la cabaña, nos duchamos y nos cambiamos de ropa (aunque toda estaba húmeda y tenía un olor… particular) y dormimos una merecidísima y reponedora siesta. Después de la cena, comentamos con el guía qué nos había parecido el recorrido, lo bueno y lo malo. Algo realmente positivo que pudimos observar es la dedicación y profesionalidad de nuestro guía, que está a años luz de otros. De hecho, en nuestro grupo había dos chicos que dependían de otro guía, un chico joven al que veíamos muy de vez en cuando y que no se dirigió a ellos en ningún momento.
DIA 8. Ciudad Perdida – Parte V. Regreso a Santa Marta.
Nos levantamos prontito y, después del desayuno, nos dispusimos a empezar nuestro último recorrido por la Sierra Nevada. A cada paso que dábamos, íbamos agradeciendo el estar ahí en ese momento. En varias ocasiones nos hemos sentido privilegiados por poder cumplir nuestro sueño. Rodeados de naturaleza y respirando aire puro, nos sentíamos la envidia de cualquiera.
Llegamos con el corazón en la mano y el cuerpo dolorido a la primera cabaña, donde nos habíamos alojado en hamacas, para hacer un alto en el camino y reponer fuerzas con algo de jugo y fruta. En ese momento, nos separaríamos. Oscar continuó el camino con el resto del grupo, andando. Y yo, como tenía una rodilla mal y me había hecho daño en el tobillo (que llevaba vendado), el guía me ofreció muy oportunamente continuar el camino en mula. Pusimos las cosas más pesadas en una mochila que llevaría yo (bueno, el pobre bicho) y me subí al animalito. ¡¡Mi primera vez en mula!! Se llamaba «Piragua», aunque por la escasa velocidad a la que iba, sería más bien una piragua de río seco. El sistema es el mismo que el de montar a caballo, con las únicas diferencias de, obviamente, el menor tamaño, y la terquedad, pues no obedece. Las mulas siguen siempre el mismo camino, se detienen en los mismos sitios y no obedecen las riendas (ni, a veces, los azotes). La mía paró en todas las casas que encontró en el camino, en una entró hasta una especie de cocina abierta, en otra hasta el lugar donde estaban lavando la ropa,… ¡qué bochorno! Y a nadie hacía caso. Fue entretenido y algo más descansado, aunque llegué al mismo tiempo que el resto del grupo.
Comimos en el pueblito Machete Pelao y después nos llevaron de vuelta al hostel. Con cierta pena y un gran agradecimiento, nos despedimos de Walter, nuestro guía y al que le debemos un monumento por lo bien que se portó con nosotros y por lo profesional que es, pues pudimos comprobar de primera mano que los guías más jóvenes no hablan con la gente que tienen a cargo ni les explican nada de la historia de Ciudad Perdida ni de los indígenas.
Llegamos al hostel con la única idea de darnos una ducha y descansar un poco. Para nuestra sorpresa, la habitación que habíamos reservado ya estaba ocupada. Nos dijeron que habían tenido problemas con las reservas, overbooking, etc. y que la única solución que encontraron fue ponernos en una de 4 con baño compartido. Aceptamos. Pero al llegar a la habitación, vimos que sólo había libres las camas de arriba, así que fuimos en busca de uno de los ocupantes de la habitación, un chico. Le pedimos amablemente si existía la posibilidad de que nos cambiara una cama y, con una amabilidad inexistente, nos propuso que nos cambiáramos de habitación. Como la lisiada no podía subir a la cama de arriba, les pedimos a los del hostel que buscaran una solución. La chica con la que compartiríamos habitación, no tuvo ningún problema en cambiar de cama.
Nos duchamos, nos metimos en la piscina con algunos de los chicos del grupo con el que fuimos a Ciudad Perdida y…. el demonio hizo acto de presencia. Esther, una de las dueñas del hostel, anunció a viva voz que esa misma noche se haría la «Party Chiva». Todos estábamos agotados, pero sonaba tentador. Nos lo pensamos un poco, hicimos cuentas, cenamos y ¡¡nos fuimos de fiesta!! Música, bebida y buena compañía por 2 horas. Recorrimos parte de Santa Marta (de la cual no habíamos visitado nada ya que varias personas nos habían dicho que no valía la pena) en la Chiva y luego nos dejaron en la zona de pubs y bares. Como la edad nos pesa y el cuerpo no nos aguantaba mucho más, al cabo de poco tiempo cogimos un taxi para el hostel y nos fuimos a dormir.
¿Cuándo fuimos?: Mediados de mayo de 2012

The Dreamer Hostel

– Precio alojamiento: 28.000COP noche/persona (4 dorms, baño privado); 26.000COP noche/persona (4 dorms, baño compartido)

– Party Chiva: 35.000COP persona (+ taxi desde donde deja la Chiva hasta el hostel: 6.000COP)

Bahía Concha (parque Tayrona):

– Transporte desde el hostel hasta donde se cogen los carros/motos (barrio Bastidas): 5.000COP

– Transporte: en función de lo que negocies (precios aprox. por persona: 7.000COP en carro, 6.000COP en moto)

– Entrada: 5.000COP persona

– Hay que tener en cuenta que luego tienes que deshacer lo andado: transporte desde la playa hasta Bastidas + transporte hasta el hostel.

Octopus Dive Center:

– Precio 2 inmersiones + algo de comer + alquiler equipo: 110.000COP persona

– Pagas el transporte hasta el dive center (10.000COP, aprox). El regreso al hostel lo pagan ellos.

Trekking a Ciudad Perdida: (empresa) Turcol

– (guía) Walter (teléfonos: 3005387895, 3216583332)

– Precio: 600.000COP persona (incluye: transporte desde el hostel, alojamiento 4 noches, desayuno, comida, cena, fruta a media mañana, agua tratada)

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